El nacimiento de un proyecto con alma francesa
Cómo un amor, una pasión y una vida reinventada dieron origen a un sueño que hoy camina sobre sus propios pies.
Después de tantos cambios, desafíos y aprendizajes, llegamos al último episodio de esta primera temporada.
En este capítulo, te abro las puertas del presente… pero también del futuro.
Ya instalados en Francia, con nuestra vida en marcha, nuevas rutinas, sueños renovados y una hija que crece entre idiomas, patines y melodías, parecía que todo estaba en equilibrio.
Pero había algo que seguía latiendo adentro mío.
Una necesidad de volver a crear, de compartir, de hacer algo propio.
Y fue así como empezó a tomar forma una idea que, sin saberlo, había estado germinando desde hacía muchos años.
Este episodio es el cierre de un viaje… y el comienzo de otro.
El momento en el que una historia personal se transforma en un proyecto con alma.
Una manera de honrar todo lo vivido y compartir lo aprendido.
Porque si hay algo que aprendí en este camino, es que las historias no terminan. Cambian de forma. Se transforman. Y siguen.
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Cuando mudarse es mucho más que cambiar de casa
Cuando uno se muda, lo hace con la ilusión de que las cosas van a mejorar. Con la esperanza de encontrar un lugar donde todo encaje: el entorno, la rutina, la gente, el trabajo, los sueños.
Y nosotros lo encontramos. Francia nos abrazó con su calma, su belleza y su arte de vivir. Sentíamos que habíamos llegado al lugar donde todo lo vivido hasta entonces cobraba sentido.
Una nueva vida, a otro ritmo
La vida aquí transcurre con otra cadencia, más tranquila, más conectada con lo esencial. En primavera vamos con Anaïs al cole en bicicleta—que queda en el pueblito de al lado—atravesando campos verdes salpicados de flores silvestres, donde a cada paso te podés cruzar con un conejo que se escapa entre los arbustos, con ovejas pastando a lo lejos o incluso con esos caballos blancos típicos de aquí, tan majestuosos que parecen sacados de una postal.
Y mientras pedaleamos, el aire huele a hierba recién cortada y a flores, y Anaïs avanza riéndose, saludando a todo lo que se mueve, como si la naturaleza fuera parte de su pandilla.
Esas escenas —tan simples y tan hermosas— nos recuerdan por qué tomamos esta decisión.
Aqui nos sentiamos cómodos. Ya organizados, con nuestra rutina más o menos armada, y listos para mirar hacia adelante, para construir nuestro futuro en esta nueva tierra.
Un quincho para celebrar la vida
En nuestra casa ahora tenemos un jardín enorme y, obviamente hicimos construir un quincho, con la parrilla incluida —o cuisine d’été, como se dice en francés—, nuestra cocina de verano.
Alli hacemos de todo: asados, paellas, mariscadas… pero también lo usamos para lo que más nos gusta: compartir. Es nuestro rincón de encuentros, de brindis, de risas, de karaokes improvisados con amigos y familiares que vienen de todas partes.

Y claro, seguimos haciendo lo que hacíamos en Barcelona: recibir.
Nuestra casa siempre tiene la puerta abierta.
Han venido a visitarnos amigos de Argentina, de España, de Chile, de Estados Unidos, y también de todos los rincones de Francia. Porque ese espíritu de hospitalidad y de conexión sigue siendo el corazón de todo lo que hacemos.
La familia sigue creciendo
Y como si eso fuera poco, nuestra familia también se siguió agrandando…
Primero llegó Pampa, una perrita simpatiquísima Border Collie, super traviesa y juguetona que revolucionó la casa con su energía y dulzura. Anaïs encontró en ella una compañera inseparable.
Y después, como el tortugo D’Artagnan ya estaba grande y parecía necesitar algo de compañía, se sumó a la familia La petite Cerise, una nueva tortuguita, tan chiquita como lo era él cuando llegó a nuestras vidas.

Ahora, entre ladridos, pasos lentos y juegos interminables, la casa late con aún más vida.
Porque si algo fuimos construyendo con el tiempo, es esto: un hogar lleno de amor, de voces, de historias… y de nuevos comienzos.
No todo fue fácil, pero sí verdadero
Claro que no todo fue color de rosa. Como en toda gran transición, surgieron temas, desafíos, momentos de incertidumbre.
Pero sabés qué? Con amor, con comprensión, con comunicación, siempre encontramos la manera de avanzar.
Porque si algo nos enseñó este camino, es que cuando las decisiones nacen del corazón, no hay obstáculo que no se pueda atravesar.
Y así, poco a poco, sin darnos cuenta, comenzamos a escribir nuestro nuevo capítulo… uno que recién empezaba, pero que ya se sentía profundamente nuestro.
Todo iba bien. Francia nos había abierto los brazos, y nosotros habíamos encontrado nuestro lugar en este nuevo paisaje. Anaïs feliz, nosotros organizados y el trabajo marchaba…
Cuando todo parece estar bien… pero algo dentro se mueve
Pero al cabo de algunos años, algo dentro mío comenzó a cambiar.
Aunque en lo profesional las cosas iban bien —había aprendido muchísimo, ya estaba cómodo, viajaba por Francia y España, tenía estabilidad, me hice buenos amigos—, empecé a sentir una incomodidad silenciosa. Una sensación que crecía despacito, pero con firmeza.
Yo, que siempre fui inquieto, curioso, con el alma de un explorador… sentía que algo me faltaba.
Al cabo de unos años el trabajo empezó a pesarme. Las jornadas eran largas, los días previsibles, y esa oficina, por más moderna y cómoda que fuera, se fue convirtiendo poco a poco en una cárcel invisible.
Yo necesitaba aire, movimiento, aventuras y cosas nuevas.
Sentía que había algo allá afuera que me estaba esperando… que me llamaba y que allí dentro no estaba respondiendo a ese llamado. Ese llamado era cada vez más insistente.
Y entonces, llegó el momento de preguntármelo de verdad:
¿Y si una vez más… era hora de reinventarse?
Anaïs sobre ruedas: una pasión que la hace volar
Mientras la vida familiar encontraba su ritmo y nuestra casa se llenaba de ladridos, juegos y nuevas visitas, Anaïs también empezaba a desplegar sus alas en un terreno muy especial para ella: el patinaje artístico.

Desde sus primeros pasos sobre ruedas en Sant Sadurní d’Anoia —¿te acordás, el pueblo del que te hablé en el episodio anterior?—, ya se notaba que tenía algo distinto. Gracia natural, constancia y, sobre todo, una sonrisa que nunca se le borraba, ni siquiera en los entrenamientos más exigentes.
Con el tiempo, patinando aquí en el sur de Francia, empezó a destacarse cada vez más. Se federó oficialmente y comenzó a entrenar con mayor intensidad.
Pasaba horas perfeccionando sus movimientos, puliendo coreografías, practicando con una pasión que nos dejaba admirados.
Había encontrado en el patinaje un canal para expresarse, para brillar.
El debut en la alta competencia
Y sus esfuerzos no pasaron desapercibidos. Al poco tiempo fue seleccionada para representar al Club de Lunel en la próxima temporada de competiciones.
Una noticia que nos llenó de alegría, emoción y orgullo.
La primera fecha del campeonato llegó, y el destino quiso que fuera en Gruissan, un encantador pueblo costero en el sur de Francia, con su puerto lleno de veleros, sus casitas de colores y el aroma a mar flotando en el aire. Un lugar tan pintoresco como inspirador para dar sus primeros pasos en la alta competencia.

Así que ahí estábamos, Fabi y yo, esta vez sentados en las gradas, con los corazones latiendo a mil por hora. Más nerviosos que ella, claro, que parecía estar en una fiesta.
Anaïs, como siempre, estaba serena, disfrutando, jugando con sus amigas del club y conociendo chicas de otros equipos de la región.
Un momento inolvidable
Cuando llegó su turno y la vimos entrar a la pista, con su trajecito brillante, la música sonando y esa mezcla de concentración y alegría en su rostro… bueno, fue imposible no emocionarse.
Verla deslizarse con esa soltura, con esa seguridad, como si lo hubiera hecho toda la vida, fue uno de esos momentos que me quedaron marcados para siempre.
En esta ocasión terminó sexta. Nada mal para ser su primera competición oficial.
Lo importante es que salió feliz. Radiante. Y con la energía intacta para seguir entrenando de cara a la segunda fecha.
Faltaban solo algunas semanas. La expectativa crecía.
¿Lograría mejorar su posición? ¿Cómo se prepararía para ese nuevo desafío?
Eso… todavía estaba por verse.
A 20 minutos del mar: pequeños grandes privilegios
Ahora, en nuestra nueva vida en Francia, hay algo que seguimos agradeciendo cada día: vivir a tan solo 20 minutos del mar.
Cuando llega la primavera, y ni hablar del verano, nos levantamos bien temprano, preparamos unas viandas, cargamos el auto con sombrillas, toallas, juguetes de playa y allá vamos.
Las mañanas de sol se convierten en escapadas familiares donde Anaïs corre descalza por la arena, junta caracoles y se mete al agua sin importar la temperatura. Fabi y yo nos relajamos, leemos, charlamos… y a veces, cuando el viento está calmo y la brisa es suave, sentimos que el tiempo se detiene por un rato.
La playa se volvió un pequeño ritual.
Un espacio de conexión con la naturaleza, con nosotros mismos, con la calma.
Volver a los lugares que nos vieron nacer
Y aunque nuestra vida cambió de escenario, hay tradiciones que no soltamos.
Como nuestras escapadas a Peñíscola.
Sí, seguimos viajando allí todos los años. Ahora ya no como una pareja que busca reencontrarse, sino como una familia que regresa a ese rincón donde comenzó una parte muy importante de su historia.
Peñíscola se volvió un lugar especial también para Anaïs.
Le contamos nuestras anécdotas, le mostramos los mismos paisajes que nos vieron tomarnos de la mano por primera vez, y ella los recorre con sus propios ojos, agregando nuevas memorias a las nuestras.
Amistades sin fronteras
Además, seguimos en contacto con nuestros amigos en España, por supuesto.
Los visitamos siempre que podemos, y ellos también cruzan la frontera para venir a vernos.
Las reuniones siguen siendo igual de animadas, con risas, asados, raclettes, brindis y esa calidez que no conoce de fronteras.
El tango siempre nos encuentra
Y claro… de vez en cuando, aunque sea por una noche, rescatamos ese viejo ritual de nuestros primeros encuentros.
Porque aunque nuestra rutina esté lejos del bullicio porteño, el compás del 2×4 nunca desapareció del todo de nuestras vidas.
A veces, nos escapamos a alguna milonga de por acá, donde el acento francés se mezcla con los compases rioplatenses.
Y en el verano, cuando llegan las fiestas de Nîmes, en la Place du Chapitre, donde todos los jueves se organiza una milonga al aire libre, bajo las luces tenues y el cielo estrellado, con la música flotando entre las piedras antiguas, nos tomamos de la mano, nos miramos como en los viejos tiempos… y bailamos.
Ese es nuestro pequeño homenaje a aquellos días en que todo esto empezaba.
Porque aunque los años pasen, aunque las ciudades cambien, hay cosas que siempre nos devuelven al origen.
El momento de dar un paso al frente
Finalmente, un día llegó ese momento.
Ese que, tiempo atrás, era apenas un murmullo, un pensamiento tímido que se colaba entre las obligaciones del día a día…
De pronto, había crecido. Y ya no podía ignorarlo más.
Después de más de cuatro años trabajando en la misma empresa, en un entorno que me había dado mucho, empecé a sentir algo distinto.
Un cansancio que no venía del cuerpo, sino del alma.
Una especie de vacío, como si el trabajo ya no resonara conmigo, como si cada tarea me alejara un poco más de lo que realmente quería.
No era fácil aceptarlo. Porque había estabilidad. Había seguridad.
Pero… ¿dónde había quedado el entusiasmo? ¿La motivación de cada mañana?
Sentía que necesitaba otra cosa.
Y más que eso: sentía que estaba listo para algo más.
Volver a mirarme
Con Fabi ya instalados, con Anaïs creciendo feliz en su entorno, conociendo el idioma, la cultura, y habiendo aprendido en profundidad cómo funciona la vida aquí, las condiciones finalmente estaban dadas.
Era el momento de pensar en mí. En lo que realmente me encendía por dentro.
Y ahí apareció una vieja llama que nunca se había apagado del todo.
Desde muy joven, cuando aún vivía en Argentina, mis viajes siempre despertaban algo en los demás.
Me encantaba contar mis experiencias, compartir anécdotas, mostrar lugares desconocidos. Y sin buscarlo, terminaba inspirando a otros.
Esa chispa había quedado latente, pero seguía viva. Solo esperaba que le diera lugar otra vez.
La Francia que quería contar
Y ahora… ahora vivía en un país que me fascinaba cada día más.
Francia rebosaba de belleza, historia, pueblos encantadores, rincones mágicos que descubríamos todo el tiempo.
¿Cómo no compartir eso?
De a poco, empecé a entender que ahí estaba la clave. Que tal vez ese era el camino.
Quería mostrarle al mundo esta Francia que me enamoraba.
No la de los clichés turísticos, sino la de verdad.
La que se vive, se huele y se saborea.
Un nuevo medio, una nueva voz
¿Pero cómo hacerlo?
YouTube… Instagram… pensé. Pero había algo en mí que pedía profundidad.
Yo necesitaba contar historias con calma, con espacio, con alma.
Y ahí apareció la idea que lo encajó todo: un blog.
Un lugar donde mis palabras pudieran quedarse.
Donde cada experiencia pudiera convertirse en inspiración para otros.
Además, siempre me había apasionado crear páginas web, diseñar, crear contenidos…
Era perfecto.
Ese sería el punto de partida.
Y después… ya veríamos hacia dónde me llevaba esta nueva aventura.
Nace Diego en France
Porque algo había cambiado.
Ya no solo quería adaptarme a esta nueva vida.
Ahora quería construir algo propio.
Algo con sentido.
Algo que naciera desde lo más profundo de mí.
Y así, sin saber exactamente cómo ni hasta dónde llegaría, comencé a caminar hacia una nueva etapa.
La etapa en la que nacería lo que más adelante llamaría…
Diego en France.
Melodías que regresan
Además de seguir deslizándose con gracia en la pista, Anaïs empezó una nueva aventura… una muy musical.
Siguiendo los pasos de Fabi, se puso a tomar clases de piano.
Y así, poco a poco, nuestra casa volvió a llenarse de melodías.

Primero eran las notas delicadas de Fabi, aquellas que yo había descubierto una mañana de primavera aquí en Lunel, cuando supe que me estaba enamorando de una parte de ella que ni siquiera conocía.
Y ahora, esas mismas melodías volvían a sonar, entremezcladas con los primeros acordes de Anaïs.
Torpes al principio, sí, pero llenos de dulzura.
A veces tocaban juntas, madre e hija.
Una guiando con ternura, la otra aprendiendo con asombro.
Y yo… yo ahí, escuchando en silencio, como si mi corazón tuviera un rincón exclusivo reservado para esas notas.
Una parte de mí volvía siempre a esa mañana, a ese instante mágico en el que descubrí que la música era uno de los hilos invisibles que tejían esta historia.
El momento que lo cambió todo
Pero la historia no se detenía.
Porque la vida también seguía girando… sobre ruedas. Literalmente.
Llegó la fecha de la segunda competición de patinaje artístico.
Esta vez, en Toulouse, una ciudad hermosa, vibrante, con ese aire rosa de sus fachadas de ladrillo y el espíritu animado del sur.
Era un viaje más largo, así que decidimos hacer las cosas bien: reservar hotel, dormir tranquilos, y estar listos para acompañar a Anaïs en otro de esos momentos que, sabíamos, se graban en la memoria para siempre.
Una noche de calma antes del gran día
La noche anterior estábamos todos con una mezcla de calma y cosquillas en el estómago.
Cenamos liviano, preparamos las cosas, dejamos listo el vestuario y los patines.
Al día siguiente, nos levantamos temprano.
Desayunamos con la luz suave de la mañana entrando por la ventana del hotel.
Poco más tarde, Fabi, con su precisión y su cariño, peinó a Anaïs, la maquilló… y ella como si fuera lo más natural del mundo, se dejó preparar con una sonrisa.
Yo la miraba y pensaba: ¿cómo puede estar tan tranquila?
Mientras nosotros conteníamos los nervios como podíamos, ella ya estaba en la pista, precalentando con sus amigas, riéndose, jugando, sin un atisbo de tensión.
Y cuando terminó, siguió correteando por los pasillos, como si fuera un recreo más en la escuela.
Una pista. Una niña. Un instante eterno.
Pero entonces… llegó el momento.
La llamaron por los altavoces.
Las participantes de su categoría —nueve en total— ya estaban listas.
Ella pasaba en cuarto lugar.
La primera se deslizó, elegante. Luego la segunda y la tercera.
La entrenadora se acercó y le susurró las últimas indicaciones, como si le entregara un secreto antes del hechizo.
Anaïs entró a la pista, saludó al público, al jurado. Se acomodó con su pose en el centro de la pista.
Y luego… silencio.
Sonaron los primeros compases.
Y entonces comenzó.
Ahí estaba. Nuestra hija. Pequeñita en el centro de esa pista enorme, rodeada de cientos de ojos posados sobre ella, en silencio, con su traje brillante y su rodetito bien firme, como si nada pudiera moverla de su eje.
Y, sin embargo, cuando empezó a deslizarse… parecía flotar.
Lo hacía con esa mezcla única de inocencia y determinación que solo tienen los chicos cuando hacen algo que aman de verdad.
Cada giro era una caricia al parquet. Cada salto, un latido suspendido en el aire.
La emoción como lenguaje universal
Y nosotros…
Ahí, pegaditos uno contra el otro, con los corazones acelerados, las manos apretadas y los ojos al borde de las lágrimas.
Fabi murmuraba algo bajito, no sé si era aliento, una oración, o simplemente el intento de contener la emoción.
Yo no podía ni pestañear. Sentía que si lo hacía, me perdía algo.
Verla ahí, deslizándose con tanta gracia y seguridad, nos sacudió por dentro.
No era solo una competencia.
Era un espejo de todo lo que habíamos vivido.
De todo lo que habíamos dejado atrás, de todo lo que habíamos apostado por este nuevo comienzo.
Y en ese momento, nos dimos cuenta de algo:
Todo lo que habíamos construido nos había traído exactamente hasta acá.
Hasta ese minuto, en esa pista, con nuestra hija brillando bajo los reflectores.
Fue como si todo encajara.
Como si esa escena —ella patinando, nosotros temblando de emoción— fuera la respuesta silenciosa a todos los “¿valdrá la pena?” que alguna vez nos habíamos dicho.
Y entonces… la música terminó.
Anaïs mantuvo la última pose por un segundo, como si supiera que esa pausa final también formaba parte del espectáculo.
Y sonrió.
Nosotros no podíamos ni hablar.
Solo aplaudir. Fuerte. Hasta que nos dolieron las manos.
La espera más larga del mundo
Después, se deslizó tranquila hasta su entrenadora y se sentó a esperar.
Como si nada.
Como si todo eso que había hecho hubiera sido lo más natural del mundo.
Y nosotros ahí… Todavía con el alma flotando.
La puntuación tardó… como si el universo jugara con nuestra ansiedad.
Finalmente apareció en la pantalla: 13,49. ¡Primera posición provisional!
Nos miramos con Fabi, las manos entrelazadas, los corazones latiendo como tambores de guerra.
Queríamos gritar, saltar, abrazarnos…
pero todavía no.
Quedaban cinco por presentarse.
Cada vez que una nueva patinadora entraba en la pista, conteníamos la respiración.
Mirábamos sus giros, sus saltos, los rostros del jurado…
y luego el puntaje.
Una por una…
Nada. Ninguna la superaba.
Cuando la séptima finalizó su programa, vimos su puntuación en la pantalla y por fin pudimos soltar un poco de aire.
Anaïs ya estaba en el podio. ¡Era un hecho!
Una medalla era suya.
Y la emoción empezó a burbujear por dentro como si fuéramos botellas de champagne agitadas a punto de explotar.
El veredicto final
Solo quedaba una participante.
La última.
Y esa espera… esa maldita espera…
La veíamos patinar mientras nuestras manos sudaban, nuestros cuerpos quietos pero tensos como resortes.
Cada movimiento que hacía, cada giro, era una amenaza.
Hasta que, finalmente, la parte final.
Unos segundos eternos…
Fin de la performance.
La patinadora se acercó a su entrenadora. Y a esperar…
El jurado cargó su nota.
Silencio total en el estadio.
El número apareció en la pantalla.
Y ahí lo vimos.
Tampoco la había superado.
Nos quedamos congelados un instante, como si no lo termináramos de creer.
Después nos miramos…
¡Anaïs había ganado!
Más que una medalla
No sé quién bajó más rápido las gradas, si yo o mi emoción.
La abracé tan fuerte que casi la levanto del suelo.
Ella reía, con los ojos brillantes y los cachetes colorados del esfuerzo.
Y en ese abrazo, entre aplausos, luces y lágrimas, sentí algo que no se puede explicar.
No era solo una medalla.
Era el premio invisible a todos los caminos que habíamos recorrido, a los sueños, al amor que nos trajo hasta acá.
Una historia que sigue deslizándose
La temporada siguiente, Anaïs logró lo impensado: alcanzar el quinto puesto en la final nacional.
Después de haber viajado por medio país compitiendo por todos lados.
Nos costaba creerlo.
Aquella niña que hacía unos años corría por el jardín detrás de Cherrys, ahora se deslizaba con gracia y determinación por pistas de todo el país, con una gracia que no deja de maravillarnos y nos emociona como la primera vez.
Y ahí seguimos nosotros, como desde el primer día.
Viajando con ella, alentándola desde las gradas, viviendo cada competencia con el corazón en la mano.
Porque más allá de los podios y los puntajes,
lo que más nos emociona es verla crecer feliz, haciendo lo que ama, con esa sonrisa que siempre nos recuerda que todo valió la pena.
Paseos, flamencos… y algún que otro toro
Te acordás que te había contado que, cuando veníamos de visita desde Barcelona, mi suegro nos recomendaba siempre ir aquí y allá, de visitar esto y aquello, de conocer aquel pueblo, o mercado.
Ahora que vivíamos aquí, también nuestros amigos se han convertido en una fuente inagotable de ideas: que tal castillo escondido, que un pueblo con encanto, que una ruta de vinos imperdible…
Francia parece no agotarse nunca.
Y nosotros, felices, seguimos dejándonos guiar por sus consejos.

Pero hay algo que, para mí, tiene un sabor muy especial: repetir con Anaïs aquellos paseos que yo mismo descubrí de la mano de su abuelo.
Hoy soy yo quien la sube a la bici y juntos salimos a recorrer los caminos por los pantanos, entre lagos silenciosos y senderos rodeados de juncos sobre los que te hablé hace algunos episodios.
Pedaleamos tranquilos, a veces en silencio, otras veces charlando de todo y de nada.
Hasta que, de pronto, aparecen ellos: los flamencos rosas.
Ahí están, en equilibrio perfecto sobre una pata, o caminando lentos entre las aguas poco profundas, con ese color imposible y ese aire de elegancia despreocupada.
Y Anaïs se queda maravillada, igual que yo la primera vez, cuando fue mi suegro quien me trajo hasta aquí.
Me encanta pensar que, en esos momentos, se dibuja un hilo invisible que une a tres generaciones.
Que este paisaje, estas aves, este ritual tan simple, ya forman parte de nuestra historia familiar.
El día que nos cruzamos con un toro
Eso sí… no todo es flamencos y postal de cuento por acá…
Porque claro, estamos en la Petite Camargue, ¿te acordás que también te lo había contado?…
Y acá, además de paisajes hermosos y aves exóticas, hay toros.
Sí, toros. Y no de los de peluche, precisamente.

Una tarde estábamos paseando los tres en bicicleta, disfrutando del aire fresco, del silencio del lugar…
Yo, como a veces suelo hacer, me adelanté un poco en el camino. Vamos a decir que por espíritu explorador, no porque sea impaciente.
Y menos mal.
Porque de repente, ahí estaba: un toro enorme, imponente, parado justo en el medio del sendero, como si fuera el dueño del lugar… Que, pensándolo bien… probablemente lo era… y mirándome fijo.
Frené en seco, me quedé por un instante congelado.
Observando su comportamiento.
Giré la cabeza lentamente y le grité a Fabi y Anaïs sin perder la dignidad:
—“¡Eeeh… mejor volvemos por donde vinimos!”
Dimos media vuelta y comenzamos a pedalear, ¡tan rápido! que ni se nos veían los pies.
Anaïs no paraba de reírse algo nerviosa y yo, bueno… con Fabi justo al final, cuando ya estábamos a una buena distancia, también, aunque con el corazón un poquito acelerado.
Desde entonces, cada vez que salimos a pedalear y el camino se pone muy tranquilo, Anaïs me pregunta entre risas:
—“¿Y si aparece otro toro, papá?”

Y yo, haciéndome el valiente, le respondo:
—“Entonces vos distraelo… ¡y yo voy por ayuda!”
Nos reímos los dos, como si fuera un chiste secreto entre padre e hija.
Porque al final, esos momentos —los simples, los compartidos, los que no salen en las postales—
son los que hacen que todo esto valga la pena.
Caminatas que nos conectan
Otros días, cuando no vamos en bici, salimos a hacer caminatas entre las viñas, bosques y pueblitos ancestrales.
Caminatas largas, tranquilas, de esas que te ordenan la cabeza y te llenan el alma.
Y claro, muchas veces se nos suma Pampa, que con su energía desbordante va corriendo de un lado al otro, olfateando cada rincón como si fuera la primera vez.
A veces se adelanta, otras se queda atrás…
Son paseos que ya forman parte de nuestra rutina, de nuestra manera de vivir.
Caminamos, charlamos, a veces en silencio… y otras veces nos reímos a carcajadas, porque con Pampa nunca faltan las anécdotas.
Y así, sin darnos cuenta, seguimos descubriendo nuestro entorno, al ritmo de nuestros pasos y al compás de esta nueva vida que fuimos construyendo juntos.
No estamos solos
Ahora aquí en Francia tenemos más apoyo familiar.
Ya no estamos solos.
Anaïs ya tiene su grupo de amigas.
Fabi está cerca también de su familia.
Y yo, con mi familia y nuevos amigos, en el sitio en el que se soñaba vivir.
El viaje hasta acá… y lo que viene
La historia que te conté hasta ahora es la del viaje que me llevó a encontrar mi hogar, mi propósito y, sin saberlo en aquel entonces, mi proyecto de vida.
Desde mis primeros pasos en Manresa, el tango que me devolvió la pasión, el amor que me encontró en el momento menos esperado, los viajes, la familia, los desafíos y la gran decisión de cambiarlo todo para empezar de nuevo en Francia.
Cada episodio fue una pieza del rompecabezas, un paso más en este camino que me trajo hasta aquí.
Pero si algo aprendí en todos estos años, es que las historias nunca terminan realmente.
Siempre hay un nuevo capítulo por escribir, una nueva aventura esperándonos a la vuelta de la esquina.
Y este final… no es un final. Es solo el comienzo de algo mucho más grande.
Nace Diego en France
Porque el Diego que llegó a Francia con una maleta llena de sueños, ahora tiene una misión: abrir las puertas de este país maravilloso y ayudar a otros a descubrirlo con ojos nuevos.
A mediados de 2023 dejé mi trabajo en la empresa en la que había estado durante años… y me lancé.
Con todo.
Con el corazón latiendo fuerte y la decisión tomada, comencé a construir Diego en France.
El blog fue solo el comienzo.
Un espacio para contar lo que a mí me había enamorado:
Los pequeños pueblos encantadores.
La vida sencilla, rodeada de belleza.
Los momentos compartidos en familia o entre amigos.
Y, por supuesto, ese arte de vivir tan propio de Francia, que convierte cualquier paseo en una experiencia, y cada rincón en una postal.
Porque sí: acá afuera hay tanto por descubrir, tanto por vivir… y está tan cerca.
Y muchas veces, quien aún no vino, ni se imagina todo lo que este país tiene para ofrecer.
Francia no es solo París.
Francia es un universo de pueblos que parecen salidos de un cuento, de caminos secretos que te llevan a cascadas escondidas, de terrazas donde la vida se saborea lento, de tradiciones, de historias, de magia.
Y mi objetivo es ayudarte a que lo veas. Que lo vivas. Que lo sientas.
Así como yo lo viví y lo sentí en todos estos años.
Un proyecto con alma
Así nace Diego en France:
Un proyecto hecho con el corazón, para que vos también puedas descubrir esa Francia profunda, auténtica, entrañable.
La que no está en las guías turísticas, pero que te cambia por dentro.
Y lo más hermoso es que ya no camino solo.
Ahora, además de mi familia y amigos —que siguen recomendándome esos pueblos encantadores y rincones secretos que solo los locales conocen— también son las propias oficinas de turismo las que se suman a este viaje, colaborando para dar a conocer el patrimonio de sus regiones.
Ellos me abren las puertas, me cuentan sus historias, me muestran lo que hace única a cada tierra.
Y eso, para mí, es un privilegio.
Anaïs, los viajes… y las nuevas historias
Y hay algo más…
Anaïs, nuestra hija, que sigue creciendo y patinando por toda Francia, también se convirtió —sin saberlo— en parte de este proyecto.
Porque cada vez que tiene una competición en alguna ciudad nueva, allá vamos los tres:
Ella con sus patines… y yo con mi mochila llena de gadgets y la cámara en mano, listo para descubrir un nuevo rincón del país.
Cada viaje es una nueva oportunidad.
Un nuevo relato por contar.
Una nueva historia que me recuerda que, cuando seguís tu intuición, el camino se abre.
Y lo que era un sueño, se vuelve realidad.
Gracias por estar ahí
Para terminar, quiero contarte que si algo me sostuvo en este viaje, fue el apoyo de mi familia.
Fabi, que ha estado a mi lado en cada decisión, en cada sueño, en cada momento clave de nuestra historia.
Sin ella, nada de esto habría sido posible.
Y ahora también Anaïs, que con su energía y entusiasmo me inspira cada día y, desde su lugar, también me acompaña y me impulsa.
Hoy, más que nunca, sé que no estamos solos en este camino.
Que siempre hay alguien que nos apoya, alguien que nos inspira y alguien a quien inspirar.
Y por eso, quiero seguir compartiendo este viaje con vos.
Esto recién empieza
Y este final… no es un final.
Es solo el comienzo de algo mucho más grande.
A partir de ahora, el camino continúa en mi blog, donde te muestro los rincones más bellos de esta Francia que me enamoró…
y en las próximas temporadas del podcast, donde vas a descubrir que esta historia sigue creciendo, reinventándose y sorprendiendo.
Gracias por acompañarme hasta acá.
Gracias por escuchar esta historia tan personal, tan real, tan viva.
Y si te perdiste algún episodio, andá a escucharlo…
porque cada capítulo tiene algo que te va a emocionar, que te va a inspirar.
Nos escuchamos muy pronto,
en una nueva temporada.
Y entre tanto…
te espero en diegoenfrance.com
El Mapa de Una historia, un proyecto en Francia

Querido lector,
Este artículo ha sido escrito por mí, Diego. Quien vive en Francia desde hace muchos años y recorre este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en sus experiencias y los gustos propios y de su familia.
Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.
Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.
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