[Podcast] Episodio 8 : Entre pañales, papeles y una promesa de futuro

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Del susurro al grito: el momento en que todo cobró sentido

 

Hay decisiones que cambian el rumbo de una vida. Algunas las tomamos con certeza absoluta, otras nos llevan por caminos inesperados. Y luego están aquellas que, sin darnos cuenta, venían gestándose desde hace tiempo, esperando el momento justo para revelarse.

En este episodio, una elección importante nos pone frente a un nuevo capítulo de nuestra historia. Mientras nuestra vida da un giro trascendental, Francia sigue ocupando un lugar cada vez más grande en nuestros pensamientos. Pero el destino todavía tenía una sorpresa más reservada para nosotros…

🎧 ¿Qué nos llevó a este punto? ¿Cuál fue la gran decisión que nos marcó para siempre? Dale play y descubrilo.

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El nacimiento que cambió nuestras vidas para siempre

El dia que la conocimos

Nada en la vida te prepara para el momento en que un ser de tres kilos y medio toma el control absoluto de tu existencia.
No importa cuántos libros hayas leído, cuántos consejos te hayan dado… cuando llega tu primer hijo, te das cuenta de que no tenés la menor idea de lo que estás haciendo.

Una hermosa mañana de primavera nació nuestra beba.

Era perfecta. Chiquitita, con sus manitos enroscadas, su piel suavecita y esa cara de angelito.

Preparar su llegada

Preparando la habitación de Anaïs

Los preparativos para recibirla habían sido laboriosos, la preparación de su habitación, pintura, muebles, el descubrimiento de un nuevo mundo: la puericultura, que, madre mía, es un universo paralelo que desconocía hasta ese momento. Nunca me hubiera imaginado que sería un mercado con semejante grado de desarrollo.

Un nombre con identidad trilingüe

Y por supuesto elegir su nombre fue un viaje en sí mismo. Queríamos algo que resonara en los tres idiomas de nuestras vidas: francés, español y argentino.

Bueno, como te imaginarás, dimos más vueltas que un trompo, exploramos toda clase de listas de nombres, pedíamos recomendaciones.
Es normal, estuvimos un largo tiempo reflexionando. Queríamos que el nombre fuera especial, tanto como lo sería nuestra hija.

La chispa en el bosque

Una caminata por los bosques cercanos en Gelida

Finalmente, un día, mientras paseábamos por el bosque de pinos cerca de casa, Fabi lo dijo.

Yo me quedé quieto, repitiéndolo en mi cabeza. Sonaba dulce, musical, y tenía un encanto único que reflejaba todo lo que soñábamos para nuestra pequeña. Se entendía perfectamente en francés y en español, era ideal.

(Suspiro nostálgico, acompañado de una música suave de piano.)

Listo. Estaba decidido. Nuestra hija se llamaría Anaïs. Con diéresis, esos dos simpáticos puntitos, sobre la «i». Qué dulce…

Nacer lejos: cuando la distancia pesa

Una visita con un solo objetivo

Y la onda expansiva de la llegada de la nueva pequeña integrante de la familia, había obviamente cruzado el Atlántico.

Mi hermana Paula había planeado venir desde Argentina con un solo objetivo: estar presente cuando naciera Anaïs.
Llegó con tiempo de sobra, lista para recibir a su sobrina y compartir con nosotros ese momento único.

Qué linda idea! Estábamos felices de tener un representante de la familia argentina el día del nacimiento.

La espera interminable

Los preparativos para recibir a Anaïs

Pero Anaïs, en su primer acto de rebeldía, decidió tomarse su tiempo.

Los días pasaban y… nada. Ni una señal. Ni un indicio. Anaïs, tranquila en la panza de su mamá, parecía completamente ajena a los planes de su tía.

Al final, después de dos semanas de espera (y de incontables tazas de té, paseos y conversaciones sobre cuándo llegaría el gran momento), Paula tuvo que aceptar la realidad: el tiempo se le había agotado.
Con una mezcla de resignación y esperanza, tuvo que subirse al avión de regreso a Buenos Aires.

Todo se pone en marcha

Y fue entonces cuando Anaïs decidió que había llegado el momento.

Apenas unas horas después de que despidiéramos a mi hermana en el Prat, y su vuelo despegara, Fabi empezó con contracciones.

De la nada, como si hubieran estado sincronizadas en secreto, las cosas se pusieron en marcha.

Mientras mi hermana cruzaba el Atlántico, sin imaginarse en absoluto de lo que estaba ocurriendo en tierra firme, nosotros corríamos a la clínica, listos para recibir a nuestra hija.

Una madrugada inolvidable

De madrugada, deshicimos el camino que habíamos hecho hacía algunas horas rumbo al aeropuerto.
Atravesamos la serpenteante carretera oscura que zigzagueaba entre el bosque de pinos hasta llegar al pueblo. Luego descendimos a la autopista y de allí directo a la clínica.
Esa noche, esas horas y ese amanecer nunca se me borrarán de mis recuerdos.

El cruce invisible

Cuando Paula aterrizó en Buenos Aires, desbloqueó su celular y lo primero que vio fue la foto de Anaïs recién nacida.

¡Había llegado al mundo mientras ella estaba en el aire!

Así que, técnicamente, Anaïs y su tía viajaron juntas… solo que una lo hizo de vuelta a su casa mientras que la otra rumbo a la vida.

El instante que lo cambia todo

El primer llanto

Dicen que la vida te puede cambiar en un segundo.
Y es verdad.
En nuestro caso, el segundo exacto fue cuando escuchamos su llanto por primera vez. Ahí estaba Anaïs, nuestra hija, anunciándole al mundo que había llegado. Y con su llegada, nosotros nos convertimos en dos padres desbordados de amor… y de preguntas existenciales.
(Sonido de un reloj avanzando, transición a la noche.)

Shock de amor

Ya éramos padres.

Pero la realidad es que tardamos un poquitín en caer en la cuenta de lo que significaba. Estábamos en shock.

Mirábamos a Anaïs y pensábamos: ‘Wow, es nuestra hija’. Y, claro, en nuestra humilde opinión, era la bebé más hermosa del universo. Pero creo que eso nos pasa a todos los padres con nuestros hijos, no?

La felicidad era inmensa, aunque el manual de instrucciones no venía incluido en el envío.
Al principio, dimos algunos tropiezos. Porque, seamos sinceros, nadie está realmente preparado para ser padre. Es como si te dieran un Ferrari sin haber tomado una sola clase de conducción.

La Champions… y el golpe de realidad

En la clínica, todo era felicidad. Nos sentíamos en una nube, como si hubiéramos ganado la Champions de la vida. Pero, claro, la vida se encargó de bajarnos a tierra bastante rápido.

(Suena un llanto insistente de bebé. Va en crescendo.)

Bautismo de fuego

La primera noche fue un bautismo de fuego. Anaïs no dejaba de llorar. Y cuando digo ‘no dejaba’, no exagero: era un llanto sostenido, con la determinación y la intensidad de un tenor en su gran noche.

Nos miramos con Fabi.
¿Qué hacemos? ¿La mecemos? ¿Le cantamos?
¿Llamamos al servicio técnico?

Nada funcionaba. Hasta que, en un momento de desesperación, después de un par de horas de angustia, a quien llamamos fue a la enfermera.

(pasos rápidos en un pasillo)

El aprendizaje

Ella llegó con la calma de quien ha visto esta escena un millón de veces.
Nos miró, nos escuchó, y con una sonrisa de manual nos preguntó:

— ‘¿Le dieron de comer?’

(Rayón de un disco. Silencio absoluto. Suena el cric-cric de un grillo.)

Con Fabi nos miramos boquiabiertos. ¡CLARO! La pobre criatura llevaba horas en el mundo sin probar bocado.

¡Esa era la solución!

Fabi entonces tomó en brazos a Anaïs, le dio el pecho… y en cuestión de segundos, silencio. Paz. Felicidad.

Fue nuestro primer gran aprendizaje como padres: un bebé, por hermoso que sea, no funciona a base de miradas de amor.
Hay que alimentarlo.

Una madrugada para siempre

Pero más allá de todos los imprevistos, de los nervios, del cansancio y del torbellino de emociones… el momento en que Anaïs llegó al mundo quedó grabado en mí como el instante más especial y feliz de mi vida. El recuerdo de esa madrugada la atesoro en mis recuerdos para siempre.

Y hay que decirlo, esa madrugada Fabi fue realmente una campeona!

La aventura de ser padres

Primeras veces

El bautismo de Anaïs en la Parròquia Sant Pere de Subirats

A partir de ahí, todo fue un torbellino de primeras veces: primeros pañales, primeras noches sin dormir, primeras dudas sobre absolutamente todo.

Ser padres era el mayor desafío que habíamos enfrentado. Pero, al mismo tiempo, la aventura más hermosa de todas.

Todo cambia

Cuando nace un hijo, todo cambia. Y sí, es verdad. Cambia tu rutina, cambian tus prioridades… y, sobre todo, cambia tu capacidad para dormir más de tres horas seguidas.

Paseando en Tarragona en familia

Pero bueno, entre mamaderas, biberones, pañales y canciones de cuna, la vida seguía. Y yo, mientras tanto, tenía otra misión en marcha: seguir sumergiéndome en la cultura francesa.

Pequeñas revoluciones

Los días en casa con Anaïs eran un torbellino de momentos dulces y pequeñas revoluciones. Bueno, y lo siguen siendo. Su sonrisa y su simpatía iluminan cada uno de nuestros días.

De a poco, empezó a decir sus primeras palabras… y claro, mientras otros bebés aprendían a decir “mamá” o “papá” primero, Anaïs dijo: Roquefort. Coquecó. Posta! No es broma!

Ahí ya nos dimos cuenta de que lo francés lo llevaba bien en la sangre.

(Sonido de risas y una copa de vino sirviéndose.)

Y así, mezclando el francés con el español y el español también con un poco de francés, Anaïs fue creciendo rodeada de amor, paciencia y comprensión. Y con ella, también crecíamos nosotros.

Construyendo nuestra vida en familia

Un cambio de prioridades

La vida continuaba, y con Anaïs, nuestras prioridades habían cambiado por completo.

Desde antes de que naciera, Fabi había decidido dejar su trabajo para poder ocuparse al 100% de ella. Quería estar presente en cada momento, en cada pequeño avance de nuestra hija. Era un lujo que no todo el mundo podía permitirse, y lo valorábamos muchísimo. Verla dedicar su tiempo, su amor y su paciencia a criar a Anaïs con tanta entrega era algo que me llenaba de admiración.

En Fontainbleau en familia

Más tiempo juntos

Por mi parte, también había dejado mi trabajo en Zaragoza. Ya llevaba tiempo manejando mis propios negocios, y la verdad es que funcionaban muy bien. Había logrado construir una estabilidad que me permitía administrar mi tiempo con libertad, lo que significaba que podía estar mucho más presente.

Trabajaba desde casa, organizando todo a mi ritmo. Algunos días tenía que hacer viajes cortos, reuniones, llamadas, pero en general, disfrutaba de esa flexibilidad que me permitía compartir las mañanas con Anaïs y Fabi, tomarme pausas para almorzar en familia y, cuando terminaba el día, dar largos paseos juntos por el bosque, en bicicleta o jugar en el jardín.

Nos sentíamos afortunados. La vida nos sonreía, y aunque sabíamos que no todo sería siempre tan perfecto, en ese momento todo parecía encajar de la mejor manera.

Un equipo de primera

Éramos un equipo de primera, siempre lo fuimos. Fabi se ocupaba de Anaïs con una ternura infinita, y yo trabajaba para asegurar que nada faltara. Juntos, habíamos encontrado un equilibrio hermoso, en el que cada día traía algo nuevo y especial.

Paseos con Marina

Las mañanas, muchas veces, eran solo de ellas dos. Fabi adoraba salir a pasear con Anaïs por el barrio, recorriendo las callecitas tranquilas de la urbanización, disfrutando del aire fresco y de esos momentos de calma entre mamá e hija. A veces, Marina, nuestra vecina, ¿te acordás sobre la que te conté en el episodio anterior? las acompañaba. Juntas compartían largas caminatas, charlas sobre la maternidad y, de vez en cuando, una pausa en el parque a descansar mientras Anaïs dormía en su cochecito.

Me encantaba verlas salir por la puerta, con Anaïs bien abrigadita en su carrito y más tarde en su triciclo, y escuchar a Marina, siempre alegre, saludándonos con su energía contagiosa. Esos pequeños momentos construían, sin que nos diéramos cuenta, la vida que habíamos soñado.

Crecer lejos

Qué rápido que crecen los chicos

Qué rápido que crecen los chicos! un día la teníamos a Anaïs en brazos aprendiendo a decir sus primeras palabras, y al día siguiente ya estaba lista para comenzar el jardín de infantes.

Su cole quedaba en Sant Sadurní d’Anoia, un pueblo encantador a pocos kilómetros de casa, conocido por ser la cuna del Cava. Sus calles estaban impregnadas de esa tradición burbujeante, con bodegas centenarias y viñedos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Pero no solo era tierra de buen vino, sino también de grandes deportistas: en 1992, Sant Sadurní fue sede del hockey sobre patines durante los Juegos Olímpicos de Barcelona, y desde entonces, el deporte sobre ruedas formaba parte del ADN del pueblo.

Patines y nuevas aventuras

Quizás por eso, cuando en el cole vimos la lista de actividades extraescolares, no nos sorprendió encontrar el patinaje artístico entre las opciones. Y como Anaïs siempre fue inquieta y curiosa, nos pareció la actividad perfecta para ella.

Patinando en Sant Sadurni d’Anoia

Así que, con sus patines nuevos y una emoción que le iluminaba los ojos, comenzó a deslizarse—literalmente—en una nueva aventura. Desde chiquitita ya se movía con una gracia que nos encantaba y nos dejaba boquiabiertos.

Cuando la distancia pesa

Pero a veces, el hecho de estar solos pesaba.

No tener familia cerca significaba que cada plan, cada imprevisto, cada momento de respiro, dependía exclusivamente de nosotros dos. No había abuelos que pasaran a buscar a Anaïs para llevarla al parque, ni tíos que se ofrecieran espontáneamente a cuidarla una tarde. Si queríamos salir a despejarnos un rato, organizar una cena solos o simplemente tomarnos un respiro, la logística se volvía un rompecabezas… sin piezas disponibles.

Y luego estaba lo más difícil… no solo la distancia, sino la ausencia en los momentos que más importaban. Los primeros pasos de Anaïs, sus primeras palabras, sus travesuras… todo eso lo vivíamos solos, sin la mirada emocionada de los abuelos, sin los tíos riéndose a carcajadas, sin los primos corriendo a su alrededor.

Compartíamos fotos, videos, llamadas, pero nada podía reemplazar la emoción de vivirlo juntos, de sentir esas alegrías en tiempo real, rodeados de quienes habían sido parte de nuestra historia desde siempre.
Esas risas que llenaban nuestra casa, ese amor inmenso que nos desbordaba cada día… había alguien que siempre faltaba para verlas de cerca.

Una pregunta que empieza a tomar forma

Creo que esa es una de las realidades más difíciles de los expatriados. ¿No? ¿Qué te parece? ¿Has pasado tú por situaciones parecidas? Contámelo en los comentarios.

No importa qué tan felices seamos en nuestro nuevo hogar, qué tan bien nos adaptemos, siempre habrá días en los que la distancia pesa más. Días en los que uno se pregunta si, en algún momento, habrá que replantearse dónde queremos estar.

Y aunque en ese momento no lo sabíamos, esa pregunta, poco a poco, comenzaría a tomar más fuerza en nuestras vidas.

Francia empieza a sentirse como casa

Un nuevo idioma, una nueva puerta

Mientras Anaïs crecía, mi integración a la cultura francesa también avanzaba. Después de cinco años de estudio intensivo, ¡por fin! había conseguido mi diploma de francés. Ahora podía leer, escribir y, lo más importante, entender a mis suegros cuando hablaban rápido y los chistes y bromas de Tonton Daniel!

Y con mi nuevo superpoder lingüístico, algo más cambió: de repente, todas las canciones francesas que había escuchado de chico tenían sentido. Voyage, Voyage ya no era solo un estribillo pegadizo. Ahora entendía de qué hablaban. Era como si se abriera ante mí una puerta a una nueva dimensión cultural.

De país ajeno a parte de mi identidad

Pero más allá de la música, el idioma me estaba llevando a algo aún más grande. Francia había dejado de ser únicamente el país de Fabi o el destino de nuestras escapadas; se estaba convirtiendo ya en parte de mi identidad. Y sentí que era momento de dar un paso más: iniciar el trámite para convertirme oficialmente en ciudadano francés.

El camino hacia la ciudadanía

Esperé los cuatro años que exige la ley desde nuestro casamiento y comencé el proceso para obtener la nacionalidad francesa. Como todo trámite administrativo, implicaba su buena dosis de paciencia y varios papeles por reunir. Certificados por acá, documentos por allá, otros que debía pedir en Argentina, fotocopias, traducciones… todo lo hice sin apuro, sabiendo que cada firma y cada sello eran un paso más hacia algo que realmente quería.

El primer gran momento llegó cuando tuvimos que ir al consulado en Barcelona. Presentamos los documentos, respondimos algunas preguntas y dejamos que la burocracia siguiera su curso.

Enamorarse de un país

Una sensación difícil de explicar

Al mismo tiempo….

Cada viaje a Francia me dejaba una sensación que al principio me era difícil de explicar.

Descubría paisajes que parecían sacados de un cuento, pueblos medievales donde el tiempo se había detenido, y costumbres que me fascinaban por su elegancia natural. Me sentía atraído por la forma en que los franceses vivían cada instante, sin apuro, sin estridencias, con un respeto absoluto por el placer y la belleza.

Lo antiguo, lo bello, lo simple

Una fiesta tradicional en Lunel

Me maravillaba la manera en que ponían en valor lo antiguo sin perder la modernidad y siempre con una mirada práctica. Caminaba por los pueblos y me sorprendía viendo escaparates donde cada objeto estaba dispuesto con armonía, combinando lo rústico con lo refinado. Panaderías, librerías, florerías… todo estaba decorado con un gusto impecable, sin estridencias, con ese refinamiento natural que parecía formar parte de su ADN. Y lo más impresionante era que nadie los obligaba a hacerlo. Lo hacían por placer, por el simple gusto de rodearse de belleza.

El sabor de cada momento

Disfrutaba de la gastronomía de excepción con una intensidad nueva. Los sabores tenían un significado especial, cada plato me contaba una historia. Me llamaba la atención cómo cualquier comida, por más sencilla que fuera, se convertía en un momento especial.

Haciendo accrobranche cerca de Lunel, en el Sur de Francia

Aquí es habitual salir con amigos por ejemplo a pasear por un pueblo, disfrutar de un buen restaurante, luego de un museo o una visita a un château o disfrutar de una tarde de accrobranche, los parques de recorridos entre los árboles, y luego hacer un picnic en el campo, o una noche de primavera o verano, preparar canastas con cosas súper ricas y unas botellas de vino o champagne y hacer un picnic en la playa. O pasar el día en casa jugando con amigos y recibir a nuestros seres queridos con una buena mesa decorada de flores.

Bajo la piel

Poco a poco, ese arte de vivir me estaba conquistando. Me fascinaba la manera en que encontraban placer en los pequeños detalles, en cómo el buen gusto formaba parte de la vida cotidiana. Francia se estaba metiendo bajo mi piel, y sin darme cuenta, comenzaba a sentirla como parte de mí mismo.

Cada conversación con su familia, cada paseo en bicicleta con mi suegro, cada mercado al aire libre donde elegíamos los ingredientes con la misma dedicación que un artesano elige sus herramientas… Todo eso me hacía sentir parte de algo. Francia no era solo un destino; empezaba a sentirse como un lugar al que pertenecía, aunque todavía no lo supiera del todo.

Al principio, todo esto me llamaba la atención, me sorprendía. Pero con el tiempo, me di cuenta de que me estaba calando más hondo de lo que imaginaba. Esa sensación que al principio no podía explicar ahora era clara: además de haberme enamorado de Fabi, también me había enamorado de este increíble país: de Francia.

El paso decisivo

Formalizar un gran amor

Y como todo gran amor, este también tenía que formalizarse…

Entonces, llegó el momento de dar un paso más. Un paso que pondría a prueba todo lo que había aprendido, todo lo que había construido en estos años.

Después de un algunos meses desde el inicio del trámite de obtención de la nacionalidad francesa, llegó un día muy importante: nos citaron en la embajada de Francia en Madrid para tener un par de entrevistas.

Preguntas y respuestas

Era un paso clave en el proceso. Quería la nacionalidad, sí, pero Francia necesitaba asegurarse de que yo realmente la merecía. Así que ahí estábamos, Fabi y yo, sentados en una oficina en plena capital española, frente a una funcionaria que, con un aire serio pero amable, comenzó con sus preguntas.

Primero, una ronda sobre historia, arte y cultura general. Me preguntaron sobre la Revolución Francesa, sobre Victor Hugo, sobre los símbolos del país, un poco de cultura general, actualidad, cantantes, actores, políticos. Y yo, después de años de inmersión total, me sentía listo para responderlo todo. ¿Los tres valores de la República? Liberté, Égalité, Fraternité. ¿Quién pintó “La libertad guiando al pueblo”? Delacroix. ¿Qué representa el 14 de julio? La toma de la Bastilla.

La funcionaria sonreía con aprobación mientras avanzaba con el cuestionario. Luego llegó la parte más personal: una entrevista conjunta con Fabienne. Querían saber cómo nos conocimos, cómo era nuestra vida en común, qué cosas compartíamos, cómo organizábamos nuestro día a día. No se trataba solamente de probar mi integración en Francia, sino también de confirmar que nuestro matrimonio tenía raíces profundas, que nuestra historia era auténtica.

Una historia verdadera

Con Fabi nos miramos y sonreímos. Si algo podíamos demostrar sin esfuerzo, era la solidez de nuestra relación, construida con amor, viajes y aventuras. Y así lo hicimos, contando anécdotas, recordando momentos que hasta nos hicieron reír en plena entrevista.

Francia ya era parte de mí

Cuando salimos de la embajada, sentí que ya lo había conseguido.

Solo quedaba esperar la respuesta oficial, pero en mi corazón, Francia ya era un pedacito de mi historia.

Compañeros de cuatro patas

Mientras tanto, la vida en casa, con sus alegrías no dejaban de multiplicarse.

Porque nuestra familia no solo crecía en experiencias, sino también en miembros…
Primero llegó D’Artagnan, una tortuguita chiquitita que se acomodó con total serenidad en el jardín, como si siempre hubiese vivido ahí. Y luego, alguien algo más movedizo: Cherrys, nuestro gato travieso, sinvergüenza pero adorable.

Era diminuto cuando lo adoptamos, y no tardó en convertirse en el peluche viviente de Anaïs. Pobrecito, no tenía descanso: Anaïs lo corría por todos lados, lo abrazaba, le inventaba juegos y él, con una paciencia infinita, se dejaba querer. Fue en ese momento cuando empezamos a notar su amor por los animales, esa ternura natural con la que los cuidaba y los hacía parte de su mundo.

Anaïs jugando con Cherrys

Así pasaban los días en casa, entre risas, juegos y la alegría de ver crecer a Anaïs rodeada de naturaleza, amor… y ahora también de compañeros de cuatro patas.

Una pregunta silenciosa

Pero, incluso en medio de toda esa felicidad, había algo que seguía latente, una pregunta que rondaba nuestras mentes cada vez con más frecuencia. No era urgente, no era una preocupación inmediata, pero estaba ahí, esperando el momento en que nos animáramos a enfrentarla.

Porque hay momentos en la vida en los que ya no podés seguir esquivando las preguntas. Momentos en los que la realidad se impone con una claridad imposible de ignorar.

Nosotros no lo sabíamos, o quizás no queríamos verlo. Pero estábamos a punto de enfrentarnos a una decisión que cambiaría el curso de nuestra historia para siempre.

El comentario que lo cambió todo

Y cuando llegó, lo hizo sin aviso, sin darnos tiempo a procesarlo, sin margen para el titubeo.

Fue un instante. Un simple comentario. Una conversación que, al principio, parecía una más entre tantas. Pero bastaron unas pocas palabras para que todo se pusiera en marcha. Como una ficha de dominó que cae y arrastra con ella todo lo que creíamos inamovible.

Ciudadanía y confirmación

Fue justo cuando, algún tiempo después, finalmente llegó el gran momento.
Una soleada mañana, de las últimas que ofrece la primavera, encontré entre el correo del día a día, un sobre diferente que captó particularmente mi atención.
Lo abrí con manos ansiosas y, ahí estaba: la notificación oficial de la concesión de mi ciudadanía francesa.

Por un momento, me quedé en silencio, dejando que la emoción me recorriera.

Ya podía hablar francés, entender su historia, su cultura, su manera de vivir… Y ahora, oficialmente, Francia también me reconocía como suyo.

Era un paso más en este viaje, una confirmación de que el camino que había elegido, con todas sus vueltas y desafíos, me había llevado justo al lugar donde tenía que estar.

El giro inesperado

En el próximo episodio, te voy a contar cómo, en cuestión de días, todo lo que conocíamos dio un giro inesperado.

Cómo un pensamiento que había sido solo un susurro en nuestras mentes se convirtió, de pronto, en un llamado imposible de ignorar.

Y cómo, sin darnos cuenta, nos encontramos al borde del mayor salto de nuestras vidas.

¿Y tu ?
¿Te tocó vivir una gran transformación lejos de casa?
¿Hubo un momento que marcó un antes y un después en tu vida en el extranjero?
Contámelo en los comentarios. Me encantará leerte y compartir experiencias.

Querido lector,

Este artículo ha sido escrito por mí, Diego. Quien vive en Francia desde hace muchos años y recorre este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en sus experiencias y los gustos propios y de su familia.

Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.

Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.


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Diego en France
Diego en France

Vivo en Francia desde hace muchos años con mi familia.

Conozco muy bien este maravilloso país, que hemos explorado durante muchos años y que ocupa un lugar especial en mi corazón.

Siempre he compartido mi pasión por los viajes con los que me rodean, y ahora me encantaría ayudarte a planificar tu propio viaje.

Sé que la planificación de un viaje puede resultar abrumadora y frustrante. Por eso he creado este blog sobre Francia -que trata especialmente sobre sus pequeños pueblos con encanto-, para que puedas empezar a disfrutar de tu viaje desde el momento en que empiezas a planificarlo.

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